Me voy a saltear detalles del vuelo y esas cosas para ir directo a La Habana, pero sobrará decir que en el asiento de mi derecha estaba sentada una cubana de unos 55 años que, en su tono tranquilo y espaciado, casi no paro de hablar en todo el viaje. Una buena mujer pero chupacirios y, “¿Me vas a invitar a ir a Rosario, David?” hay que invitarlos para que les den permiso para salir entre otros requisitos. Por supuesto Lidia, esperá sentada. Al sobrevolar los cayos no falto el, “Aquí solo pueden entrar ustedes, nosotros lo tenemos prohibido.” El “ustedes” es omnipresente. Los turistas en La Habana parecen la mitad de la población y si yo fuera habanero también me sentiría invadido. En aduanas del aeropuerto José Martí me pidió por favor que le pase dos bolsos, “Porque a nosotros no nos dejan entrar mas que tantos quilos y a ustedes (los turistas mimados del gobierno) todo lo que quieran,” no sé que estaba pensando pero los pasé. Supuestamente era comida y boludeces. La verdad es que daba pena, unos de sus bolsos de mano era uno de plástico, esos de las tiendas. Los cubanos se te hacen los más grandes amigos de tu vida en el tiempo que le des, y varias horas es más que suficiente. Lidia me dio su mail y dirección y conocí a su hija que la fue a buscar y estaba buena, ya vería si le hacia una visita, solo por su hija. Anyway, que ni llegado a Cuba ya me habían mangueado una invitación a Rosario, pasar dos bolsos por aduana y ya había dado (voluntariamente digamos) 8 pesos para que la vieja compre un regalo a su nieto en Ezeiza, ahí fue donde la conocí, no en el vuelo. Ni bien salgo del hotel Vedado, me voy a caminar por el malecón que estaba a dos cuadras. Enseguida se me acopla un cubano que, “De que parte de España sos? Oh, argentina, la tierra de Maradona y Gardel? Cuanto hace que llegaste? Recién? Entonces todavía no probaste el mojito cubano? Vení que te llevo a este bar donde hacen el mejor mojito. Es un minuto, no podes perderte este mojito.” El cubano me lleva por Habana Centro, una de las peores partes de La Habana pasando por un pasaje pintado de colores que ya vi en todas las fotos habidas y por haber e insistía conque “tire fotos.” No gracias. Yo sabía que son muy mangueros y me había propuesto ver hasta donde llegaba este muchacho sin que me saque un dolar. Cuando le pregunté de qué trabajaba me dijo que era mecánico pero que estaba de vacaciones. Por supuesto. Me llevó a un bar que estaba completamente vacío, excepto por sus 5 o 6 mozos vestidos de pantalón y chaleco negro y camisa blanca como todos los gastronómicos de Cuba, sea que atiendan un puestito de mierda en la calle o un restaurante de primera. Los mozos me miraron como 5 zorros mirarían a una gallina entrar a su madriguera. En ningún momento sentí una amenaza, sabia que La Habana es muy segura, de hecho una de las líneas que escuché con mas frecuencia por parte de estos tipos que se te acercan a manguearte es, “Bienvenido a la Habana, dos millones de habitantes, un millón de policías.” La cosa es que el cubano me mostró este bar que quizás en algún momento del día/semana se ponga bueno, pero en ese momento era una trampa cazabobos. Había unas pinturas de bailaores flamencos en la pared absolutamente horribles y un tablao en el medio del salón. Le dije que me iba y el petiso atolondrado, “Eh, pero David, no te vas a tomar un mojito?” No. “No te vas a tomar el mejor mojito de la Habana?” No. “Y para que vinimos?” Vos querías venir. “Pero amigo, no me vas a invitar un mojito?” No. “Adonde vas? Te acompaño.” Le puse una mano en el hombro, lo mire a los ojos y le dije, No. La cosa es así: atraen un turista y sencillamente le hacen pagar mojitos o cubas libres a lo pavote. El que toman ellos probablemente este diluido, o no, no importa, pero el hecho es que toman como camellos y el turista, con el poderoso euro, no puede negarse ante un pobre cubano que no vio el mojito en su vida “Porque son muy caros para nosotros, que cobramos solo 25 dolares por mes.” Una pareja que conoci unos días mas tarde que cayo en esta misma artimaña termino pagando 140 (ciento cuarenta) dólares en bebidas a otra pareja de cubanos que se habían “hecho amigos” en la calle.
Como pude volví sobre nuestros pasos hasta el malecón para que otro tipo me volviera a agarrar para venderme puros y chicas, o una habitación mas barata que el hotel, y langosta mas barata que en los restaurantes, a 15 dólares, bla bla bla. No me acuerdo la cantidad de estos que me tuve que sacar de encima. Muy pronto la pregunta del millón fue, “Que mierda hago acá solo?” No había respuesta todavía.
Más tarde se largó a llover y me agarró por unas galerías en el Paseo Prado (o Martí). El paseo que es un gran boulevard copia del Prado de Madrid creo, con sus pares de leones por esquina, es decir 4 por calle, debe haber mas de 20 leones en total. Estuve como una hora paviando por ahí y mirando a los “cubanos de verdad,” no a los vendedores de jineteras del malecón. Vi a los niños en sus uniformes escolares y a las niñas en sus shorts-pollera de secundaria, “conmovedoras.” Los cubanos, pequeños y boludones grandotes, corrían por el boulevard y se tiraban de panza a deslizarse por la superficie mojada como los pingüinos. Pingüinos en el caribe, se que no pega.
Llegando de vuelta al hotel me encontré a dos cubanos, de nuevo sobre el malecón, y me puse a hablar con ellos. Al fin gente de verdad, pensé, para esto vine. Hablamos de como estaba la cosas y la miseria, y que la guita no alcanza. Ellos le sacaron mano a Fidel y yo a Kirshner, de quien sabían el nombre. Que cubanos mas informados, pensé. Me ofrecieron la bendita langosta a 15 dólares y pensé que como algo iba a tener que comer y, en definitiva, tenía que probar la puta langosta, iría al Paladar que me recomendaban. Me habían caído bien. “Si llevamos gente nos dan un poco e comida, unas libras de arroz.” Ok, ahí nos vemos. También me ofrecieron habitación en La Habana y Varadero pero mas gentilmente digamos que el resto de los tipos que me encararon a lo largo de la tarde, a esta altura eran las 8 del a noche. Yo recién llegaba y no tenía mucho plan hecho, todo podía ser, aunque le dije que Varadero y chicas no estaban en mis planes. Salió en la conversación que puestos nosotros tres en un boliche con 40 dólares cada uno, las mujeres irían a mi como turista y ni los mirarían a ellos. El resentimiento latente contra los turistas. “Uno las entiende, el cubano no puede ofrecerles nada, no tiene dinero y un turista las puede llevarla a cenar a algún lugar lindo o incluso sacarlas del país eventualmente.”
En la calle noté que las cubanas ni me miraron, cosa que creí iba a ser al revés, pero lo cierto es que no se pueden dar el lujo de que un turista les hable ya que la policía se las puede llevar a registrar sus datos y soltarlas, acusándolas de jinetear, por el solo hecho de hablar con un turista. Los cubanos pueden ir de la mano con mujeres turistas tranquilamente. Residuos de una sociedad sumida en la prostitución y ultramachista.
A la noche invité a estos dos cubanos a sendas cervezas y me comí mi langosta, no los invite a comer a ellos, cosa que supongo esperaban, a pesar de que dejaron entrever que no habían comido, “Acostúmbrate, aquí es así,” me dijo uno, habalndo del hecho de no comer. En el menú el pollo estaba unos 10 y el cerdo unos 12 dólares, la langosta era lo mas caro de los 4 o 5 platos, 15 dolares. A todo esto, el Paladar en el que estaba es, como todos, básicamente una habitación de una casa de familia hecha restaurante, “Cubano de verdad.” Están autorizados por el gobierno y pagan sus impuestos y todo, pero el detalle que nadie menciona a los recién llegados es que son carísimos y es simplemente una estafa, en el sentido literal de la palabra. Un cubano lleva a un turista al paladar, dice que no comió y el turista lo invita a comer, y uno puede terminar gastando unos 40 dólares o más, dependiendo de que coma y tome. Todo bien, si no fuera que se gasta la mitad o menos comiendo en un restaurante o algún hotel, no en todos, pero si en muchos. De esto me enteré sumando dos mas dos al otro día, cuando conocí a los 4 Gallegos Jineteadotes del Apocalipsis.
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