Día 5: Revolution Square
Fue un día bastante poco productivo. Camine hasta la Plaza de la Revolución, esa con la gran cara de Guevara contra el edificio del Ministerio del Interior. La zona es bastante porque es un área de transito, con muchas avenidas rápidas así que no hay mucho para ver. Por casualidad pase por la estación de colectivos y averigüé el precio del pasaje a Santiago de Cuba, 100 dólares ida y vuelta, me pareció carísimo.
Llegue al memorial de Martí que es una especie de torre altísima, con una estatua de mármol del prócer adelante, sentado en actitud pensativa. Martí es plaga en la Habana, está por todos lados, hay hasta unos bustos de plástico a los que se les nota la cicatriz del molde y los ponen en los negocios y lugares menos oficiales. Estaba muy entretenido filmando esto cuando me di vuelta y veo que a mi espalda tenia el edificio, ese, el de la cara del Che. Es impresionante de verdad. Es gigantesco. Hacia un calor asfixiante y el cielo se estaba nublando amenazadoramente pero atrás de él había sol.
La plaza en si no tiene ningún sentido si no hay una multitud, es un gran playón de nada.
De ahí huí a la habana Vieja y volví a la casa caminando por el Malecón, por supuesto.
Vi a una chica hermosa que estaba tomando sol. Era blanca y el sol le había marcado la ropa, esto podía ser por dos cosas, porque era turista, cosa que no parecía porque estaba vestida enteramente de un violeta muy clarito, hasta las zapatillas, muy farolera a la cubana, o era cubana y esa era la única ropa que usaba siempre, siempre, y el sol no tenía más que quemar siempre, siempre los mismos lugares. Supuse que era jinetera y ni me miró. Como dije era hermosa y me dio unas ganas terribles de cogermela y llorar.
Pase por el Hotel Nacional que no se puede creer. Debe estar construido en los 20s o 30s y tiene toda la onda Al Capone que uno pueda imaginar. Le saque una foto al edificio de enfrente del hotel sin saber que unos días después haría un amigo que iba a vivir ahí, pero todavía estaba en Paris. La entrada del hotel es de esas con jardines y taxis Mercedes negros. Un hall altísimo en el que se mezclan jarrones de anda a saber donde y postales de Guevara. Pasando el hall esta el parque interno, que da al malecón y por consiguiente, al Atlántico, las galerías del parque no tienen mesas sino sofás y mesas ratonas, como si fueran varios livings uno al lado del otro. Me dio vergüenza por mi roñez y me fui, pero ustedes recuerden esta locación, el hotel nacional, tendrá una importancia significativa al final de la película.
Llegue al memorial de Martí que es una especie de torre altísima, con una estatua de mármol del prócer adelante, sentado en actitud pensativa. Martí es plaga en la Habana, está por todos lados, hay hasta unos bustos de plástico a los que se les nota la cicatriz del molde y los ponen en los negocios y lugares menos oficiales. Estaba muy entretenido filmando esto cuando me di vuelta y veo que a mi espalda tenia el edificio, ese, el de la cara del Che. Es impresionante de verdad. Es gigantesco. Hacia un calor asfixiante y el cielo se estaba nublando amenazadoramente pero atrás de él había sol.
La plaza en si no tiene ningún sentido si no hay una multitud, es un gran playón de nada.
De ahí huí a la habana Vieja y volví a la casa caminando por el Malecón, por supuesto.
Vi a una chica hermosa que estaba tomando sol. Era blanca y el sol le había marcado la ropa, esto podía ser por dos cosas, porque era turista, cosa que no parecía porque estaba vestida enteramente de un violeta muy clarito, hasta las zapatillas, muy farolera a la cubana, o era cubana y esa era la única ropa que usaba siempre, siempre, y el sol no tenía más que quemar siempre, siempre los mismos lugares. Supuse que era jinetera y ni me miró. Como dije era hermosa y me dio unas ganas terribles de cogermela y llorar.
Pase por el Hotel Nacional que no se puede creer. Debe estar construido en los 20s o 30s y tiene toda la onda Al Capone que uno pueda imaginar. Le saque una foto al edificio de enfrente del hotel sin saber que unos días después haría un amigo que iba a vivir ahí, pero todavía estaba en Paris. La entrada del hotel es de esas con jardines y taxis Mercedes negros. Un hall altísimo en el que se mezclan jarrones de anda a saber donde y postales de Guevara. Pasando el hall esta el parque interno, que da al malecón y por consiguiente, al Atlántico, las galerías del parque no tienen mesas sino sofás y mesas ratonas, como si fueran varios livings uno al lado del otro. Me dio vergüenza por mi roñez y me fui, pero ustedes recuerden esta locación, el hotel nacional, tendrá una importancia significativa al final de la película.
A la noche fui a sentarme al malecón como un cubano mas. Los cubanos se sientan entre amigos y parejas, se compran una botella de ron y unas latas de Tucola, la cola nacional, y se hacen unos cubas libres, fantaseando vaya a saber con qué, pero todo el mundo sabe que si tuvieran visión telescópica podrían ver Miami al otro lado del mar.
Al rato llegó la chica de antes y se sentó a unos metros de mí, era rubia y parecida a Flavia, casi sin tetas y con ojos grandes y brillosos. Ni me miro pero ya no me cabían dudas de que estaba trabajando. Habían pasado 3 horas desde la vez anterior y estábamos 500 metros más acá. Nada, estaba ahí, se volvió a tirar como si tomara sol pero ya había oscurecido. Al rato se echo de costado como si quisiera dormir. Este fue el fin de ella, no vuelve a aparecer en el diario pero todavía me acuerdo de ella. Había una tristeza indefinida en su hermosura que me causaba, por supuesto, tristeza.
Fui a comer al Oasis donde había almorzado por última vez con los gallegos a ver si encontraba a Dari, sabía que su tía trabajaba ahí y ella solía pasar pero no apareció en el par de horas que estuve ahí. Vi un video de El General que hacia mil años que no veía. Cuba es así, parece estar en los 80s, 90s o 2010s dependiendo de donde se mire.
Al rato llegó la chica de antes y se sentó a unos metros de mí, era rubia y parecida a Flavia, casi sin tetas y con ojos grandes y brillosos. Ni me miro pero ya no me cabían dudas de que estaba trabajando. Habían pasado 3 horas desde la vez anterior y estábamos 500 metros más acá. Nada, estaba ahí, se volvió a tirar como si tomara sol pero ya había oscurecido. Al rato se echo de costado como si quisiera dormir. Este fue el fin de ella, no vuelve a aparecer en el diario pero todavía me acuerdo de ella. Había una tristeza indefinida en su hermosura que me causaba, por supuesto, tristeza.
Fui a comer al Oasis donde había almorzado por última vez con los gallegos a ver si encontraba a Dari, sabía que su tía trabajaba ahí y ella solía pasar pero no apareció en el par de horas que estuve ahí. Vi un video de El General que hacia mil años que no veía. Cuba es así, parece estar en los 80s, 90s o 2010s dependiendo de donde se mire.
A la vuelta se me pego un chico, Víctor de 16 años y parecía de 13, los cubanos parecen más jóvenes de lo que son. El pibe es de lo más inteligente que encontré en la Habana pero no se que será de él, si se convertirá en uno de estos vendedores de habanos, habitaciones, maría, oro blanco y jineteras. Los cubanos que te encaran vienen con una batería de discursos armados para venderte algo y siempre dicen lo que crees que querés oír. Los hay más y menos expertos pero todos están listos, este pendejo me ofreció jineteras por 5 pesos, no quise ni pensar. “Putas con orgullo,” las definió, en general, no a las de 5 pesos.
Me acompañó las 30 o 40 cuadras que llevaban hasta mi casa “para hacer una amistad.” No se que esperaba, nada, todo. Todos estos vendedores de minas y coca tienen trabajos normales de día, pero igual guita hay, no se quien la tiene pero hay, se ve a cubanos gastando plata que en teoría no tienen y comprando boludeces como en cualquier lado. Hay gente que come en restaurantes o en la calle, de parados. Son por lo general flacos, especialmente los chicos. Las chicas son de caderas angostas y brazos y piernas flacas, pueden ser fibrosos pero no llegan a corpulentos por lo general. Igual, como dice Víctor, “Ahorrar todo un mes para salir un día con tu chica.” Quizás sea así, y los que uno ve gastando se pusieron su ropa de domingo. En la casa en la que estoy viviendo usan siempre la misma ropa. Carlos, el hombre de la casa, duerme en el living cuando hay huéspedes para que sus hijas y su mujer, Lourdes, duerman amontonadas en alguna otra habitación. Lourdes se decoloró el bigote. Estaba divina.
Con Victor pasamos por una cuadra, la última antes de llegar a mi casa sobre el malecón la que es para da de patos (putos). Es una pingüinera. Cien metros de una vereda de 4 metros de ancho llena de borde a borde de putos y travestis y putos y travestis, y yo caminando entre ellos con un cubanito de 16 añitos. Llegando a mi casa Víctor dijo, “A veces la gente me quiere dar dinero pero yo no acepto,” así que hicimos la pantomima en la que yo “insistía” en darle un dólar, lo que es una miseria de la que me arrepentí unos días después. Al fin y al cabo quizás lo mejor haya sido insistirle en que estudie ingles, “Porque cuando esto se acabe vos vas a estar aca y lo vas a necesitar.” No creo que me vaya a dar bola.
Me acompañó las 30 o 40 cuadras que llevaban hasta mi casa “para hacer una amistad.” No se que esperaba, nada, todo. Todos estos vendedores de minas y coca tienen trabajos normales de día, pero igual guita hay, no se quien la tiene pero hay, se ve a cubanos gastando plata que en teoría no tienen y comprando boludeces como en cualquier lado. Hay gente que come en restaurantes o en la calle, de parados. Son por lo general flacos, especialmente los chicos. Las chicas son de caderas angostas y brazos y piernas flacas, pueden ser fibrosos pero no llegan a corpulentos por lo general. Igual, como dice Víctor, “Ahorrar todo un mes para salir un día con tu chica.” Quizás sea así, y los que uno ve gastando se pusieron su ropa de domingo. En la casa en la que estoy viviendo usan siempre la misma ropa. Carlos, el hombre de la casa, duerme en el living cuando hay huéspedes para que sus hijas y su mujer, Lourdes, duerman amontonadas en alguna otra habitación. Lourdes se decoloró el bigote. Estaba divina.
Con Victor pasamos por una cuadra, la última antes de llegar a mi casa sobre el malecón la que es para da de patos (putos). Es una pingüinera. Cien metros de una vereda de 4 metros de ancho llena de borde a borde de putos y travestis y putos y travestis, y yo caminando entre ellos con un cubanito de 16 añitos. Llegando a mi casa Víctor dijo, “A veces la gente me quiere dar dinero pero yo no acepto,” así que hicimos la pantomima en la que yo “insistía” en darle un dólar, lo que es una miseria de la que me arrepentí unos días después. Al fin y al cabo quizás lo mejor haya sido insistirle en que estudie ingles, “Porque cuando esto se acabe vos vas a estar aca y lo vas a necesitar.” No creo que me vaya a dar bola.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home